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martes, octubre 23, 2007










Desde que Su Santidad me había dejado clara su intención de partir del Vaticano en busca de el Grial, de herejes (y de problemas) si las cosas se torcían, intentaba disfrutar del poco tiempo de paz que parecía quedarme.
No obstante, una y otra vez tenía que retomar mis deberes. Recuerdo especialmente a la Madre Dolores...
...
Las monjas deberían ser ancianas, gruesas y...¿cómo decirlo? poco agraciadas. Tuve que hacer un esfuerzo para alejarme lo antes posible, antes de decir (o silbar) algo que me granjease...un nuevo enfado del Papa.

No quiero ser expulsado de la Iglesia...
Aunque, pensándolo bien; ¿Y por qué esto habría de importarme?


Mientras deambulaba por la casa arrastrando los pies, alguien tironeó de uno de mis brazos, empujándome hacia una esquina.
-¡Chsst!-me ordenó Erasto, mi hermano-.Escucha, Lucius: El estúpido de nuestro hermano mayor lo ha vuelto a hacer; pretende dejarnos sin nada, ¡nada! cuando nuestros padres mueran.
Y me puso un frasquito en las manos.
-Si tu virtieras eso en su cena, no tendríamos que tener miedo nunca más de...

De pronto, me escondió el recipiente entre las ropas y fulminó con la mirada a alguien que venía por el pasillo.
-¿Qué tramas ahora?-era la voz de mi hermano mayor, Antonio. Me tomó del otro brazo con fuerza, y tiró de mí. No íbamos caminando juntos, yo simplemente era arrastrado por él.
-Erasto está loco, Lucius, ¡loco! ¿Has visto como conspira mientras nuestros amados padres siguen enfermos y en cama?-hizo una pausa-.Avísame de todo lo que haga, y cuéntame todo lo que diga.
Se puso de rodillas para quedar a mi altura y me miró directamente a los ojos.
-¿De acuerdo, Lucius?

Una puerta cercana quedó entreabierta y vi a Erasto, que me sonreía alentadoramente. Con sus manos hacía la forma de un frasco...
¿Lo harás, Lucius?, dijo sin hacer ningún sonido, moviendo los labios.

Y yo...quería gritar.


-¿Monseñor Lucius?
-¿Sí?-Con una sonrisa,me giré hacia el sirviente que acababa de entrar.
-Su Santidad requiere vuestra presencia.

Me enjugué el sudor de la frente con un pañuelo y salí de mi habitación.
Sí, ahora recuerdo por qué la Iglesia es mi hogar.

Golpeé la puerta y esperé, como siempre.

-Pase.-dijo la voz impasible de Augusto.
-Dios os bendiga, Su Santidad, buenos días-dije a la par de las puertas se abrían y entraba en la sala.
-Parece que nuestras pregarias fueron escuchadas.-dijo con una pizca de entusiasmo.
-¡Maravilloso!-exclamé alegremente, a la vez que hacía un rápido repaso a mis plegarias...Probablemente no coincidirían con las de Augusto, pero...quién sabía...
-Me acaban de informar de que mis hermanos Kyle, Gin y la madre Dolores, han traído presa a una hereje.

Parpadeé, admirado.
-¡Qué rapidez! Una labor digna de mención. Su fe es asombrosa. ¿Y quién es ella? ¿Una bruja, una hechicera?
-La enfermera.

¿Qué?

-¿Creo que no he oído bien?-sonreí educadamente.
-Se que puede sonarte poco importante mi querido camarlengo.-dijo Augusto levantándose y colocándose junto a al ventana.-Pero esa enviada del demonio era una de las personas que mas informacion tienen del Grial... y era de las personas que estaba mas cerca del lugar donde se encuentra.
-"El demonio se manifiesta de muchas formas diferentes"-recité, poco convencido.
-Eso es.-Asintió Su Santidad con una debil sonrisa.-Por eso... debemos condenarla.
-Lo com...prendo-musité.
-¿Cual sería la condena más adecuada Lucius?

Palidecí un poco. Volvía a parecer una prueba...

-¿Es justo que un pecador como yo decida sobre una cuestión tan importante, Su Santidad?-evadí la pregunta con delicadeza.
-Vos no sois pecador Lucius.-Contestó clavando sus ojos en mi.-Tenéis toda mi confianza, ademas solo os estoy pidiendo opinión.

Tomé aire y lo solté lentamete.
-¿Prisión quizás?
-Quizás...-dijo rascándose la barbilla.-Creo que... siendo una hereje, debemos tratarla como tal.

Aparté mi mirada, que se dirigió a la ventana.
-Para las mujeres que renuncian de la fe verdadera...-dije en tono monótono, a disgusto y lentamente-...hay un solo castigo.
-Así es. La hereje morirá en la hoguera.

Asentí.
En ese momento llamaron a la puerta.
-Deben de ser los cardenales que traen a la hereje.-dijo Augusto.

Tragué saliva y me coloqué tras la silla que ocupaba el Papa. Puse una expresión insondable en mi cara y fijé mis ojos en el portón.

-Adelante.

Tras las palabras de Su Santidad, el portón se abrió y vi a una muchacha de cabello rubio y cabeza gacha, tenía el rostro magullado al igual que sus ropas, los dos cardenales que la traian le habian colocado unos grilletes. Comenzaron a acercarse hasta que se colocaron frente a nosotros.

Me persigné, pero eso no pudo evitar que mis labios se fruncieran en una mueca de asco. Probablemente todos en aquella habitación pensaron en que se debía a la jovencita.

Una fe digna de mención...
Dos hombres y una mujer contra una chiquilla...¿Y me imagino que fue una dura batalla? ¡Qué valor! ¡Qué arrojo!

Hasta yo mismo habría buscado una cabeza de turco mejor...

La hereje levantó la cabeza y miró a Su santidad directamente a los ojos.
-¿Usted es quien mandó apresarme verdad?-preguntó, en es emomento uno de los cardenales la abofeteó.
-¡No oses hablar a Su Santidad con ese descaro bruja insolente!-le gritó.

Me incliné para susurrarle a Augusto en el oído.
-Aunque no dudo de vos...¿Su Santidad, estáis seguros...?
-Dejad a la hereje.-dijo él ignorando mis palabras.-Podeis marcharos.

Los cardenales obedecieron al instante.
-Lucius quítale los grilletes.-me ordenó.
-Cómo ordenéis-suspiré, acercándome a la muchacha.

Ella clavó sus ojos en mí con el ceño fruncido.
-No necesito vuestra caridad.-dijo fríamente dirigiéndose a Augusto.
-Aunque esa es una de las principales virtudes de mi señor, no la encontraréis aquí hoy-declaré con voz firme; pero centrando mi vista en sus grilletes.

Ella me miró, se hacía la dura peor lso ojos le temblaban.

-Jovencita... Yo soy Augusto II Su Santidad el Papa de Roma.-dijo Augusto levantándose.-¿Sabeis porque os han traído a aqui?
-Por orden vuestra supongo.-espetó ella.
-Así es...-asintió Augusto lentamente.-Lucius ¿serias tan amable de decirle a esta mujer de que se la acusa?

Los grilletes cayeron al suelo haciendo un fuerte ruido. Me alejé unos pasos y tomé aire.

-Mujer, estás acusada de: Amenazar a nuestra Santa Madre Iglesia, dudar de la fe verdadera y renegar de tu religión...Tu alma ahora es la de una impía hereje-pronuncié, desanimándome cada vez que miraba a sus ojos temerosos.
-Y todo eso.. ¿como se demuestra?.-dijo ella.
-Su Santidad así lo ha declarado, y por lo tanto no hay error posible...-miré de reojo a Augusto.
-¿Acaso no es cierto, joven hereje, que ibas en busca del Santo Grial?-preguntó el clavando la mirada en la hereje.
-¿Y?-espetó ella con algo de descaro.
-Y por ello vas a morir-no pude callar.

Augusto me miró sorprendido.
-Así es hereje.
-Me llamo Rosalyn.

Volví a acercarme al Papa y le susurré de nuevo:
-¿De verdad, Su Santidad, estáis seguro?
-Por supuesto.-contestó.-Esa es la condena para los herejes, y tu no eres una excepcion Rosalyn.

Ella agachó la cabeza.
-Por buscar el Grial... ¿intentar salvar la vida de alguien es ser hereje?
-Su Santidad, Su Santidad...¿quién va a aprobar que quememos a una doncella?-continué con vocecilla quejumbrosa al oído de Augusto.
-No será la primera Lucius.-dijo él impasible.
-No me ha contestado señor.-intervino ella.-¿Es de herejes intentar salvar la vida a una de las personas a las que mas quieres?

Cerré los ojos y me incorporé.
-Probablemente tampoco la última-luego los abrí y esperé a que mi señor le respondiese a la hereje.
-Deberias considerar cambiar de métodos jovencita.
-¡¡Ya lo intenté!! Pero tu Dios no atiende a razones, los mejores medicos han atendido a mi hermano y nadie sabe lo que le ocurre, tu Dios es un incompetente, ¡¡igual que tú!!

Abrí mucho los ojos y retrocedí unos pasos, impresionado.
-¡Silencio, Rosalyn! -grité, más bien movido por la lástima- ¡Silencio, niña estúpida! ¿Acaso quieres sufrir aún más de lo lo harás pronto?
-¿Hay algo peor que ver destruídas tus esperanzas de salvarle la vida a tu hermano porque un muchacho arrogante que se cree Dios considere que no eres respetuosa con algo en lo que ni siquiera crees?
-Sólo una cosa has logrado cambiar: Ahora no sólo tu hermano -tragué saliva-, tú también morirás.
-No me importa. Al menos intenté salvarle.-dijo ella con firmeza.

Augusto había permanecido en silencio, luego con una voz gélida ordenó.
-Llévatela a la mazmorra.
-¿Yo, Su Santidad?-dije con un hilo de voz.
-Sí.
-Si quiere déme la llave que ya voy yo.-intervinio Rosalyn.

Si de mí dependiese, lo habría hecho, pero...

La tomé de un brazo con brusquedad y tiré de ella hacia la salida.
-Dios os bendiga, Su Santidad-dije con un tono de falsa amabilidad.
-Y a vos.-contestó él fríamente.


Nuestros pasos resonaban por las mazmorras de piedra, hasta el momento olvidadas, del Vaticano. Cuando creí que nadie nos observaba, solté a la muchacha.
-¿Te das cuenta de que podría echar a correr?.-dijo ella sin mirarme.
-Sólo consegurías que te atrapasen de nuevo, y otra divertida entrevista con el Papa-resoplé.

Ella no dijo nada, simplemente me miró de reojo.
-¿Eres consciente de lo que te espera, herej...Rosalyn?
-¿La hoguera?-preguntó.
-¿Cómo lo sabías?-ironicé.
-Tenía que correr el riesgo, quizá usted no sepa que es ver morir a un hermano, camarlengo... pero yo no podía ver como moría el mio sin hacer nada al respecto.
-¿Puedes...dejar...el tema...de los hermanos?-entrecerré un ojo, molesto. A mí no me habría importado que ciertos hermanitos enfermasen misteriosamente, de hecho...
-¿Acaso te afecta lo que una simple hereje te diga?-preguntó mirándome de nuevo de reojo.

Dejé escapar un suspiro irritado y volví a tirar de ella hacia el interior de las mazmorras.
-Si no me afectase, no estaría aquí, jugando a los carceleros...O a los verdugos.
-No me agarres de ahí por favor. Tus amiguitos me hicieron un corte.-dijo con un tono mucho mas amable.

La solté rápidamente y luego la agarré de la mano.
-Muy bien. Con un poco de suerte, mañana el fuego responda al "no me quemes ahí por favor".

Sorprendentemente ella se echó a reír.
-Que humor tan peculiar camarlengo. No parecéis cardenal.
-Me lo tomaré como un cumplido-susurré, a la vez que me detenía frente a la celda.
La abrí pesadamente y luego miré a Rosalyn.

Ella me miró y entró en la mazmorra.
-¿Cuando me...?
-Al amanecer.
-Vaya como en las leyendas épicas...

Dejé escapar una carcajada.
-Sí, exacto (aunque por supuesto no conozco esas heréticas leyendas).

Me dispusé a cerrar la puerta, pero algo me inquietaba.
-¿Y bien?-le dije, frunciendo el ceño.

Ella me miró.
-¿Y bien que?-preguntó.
-¿No vas a suplicar que te deje escapar o algo así? Le estás chafando la prueba de lealtad a mi señor.
-¿Serviría de algo? No vas a poner en peligro tu importasnte cargo de perrito faldero del Papa por una hereje desgraciada.-dijo con total franqueza.

Bajé mi mirada hasta mis zapatos y sonreí avergonzado.
-Ay...Cierto.
-Pues ya está.-sonrió y me guiñó un ojo.-Nos vemos al amanecer pues señor...
-Lucius-dije, cerrando la celda.
-Hasta mañana Lucius.
-Ve con D...No, mejor no-sacudí la cabeza y me alejé.

Salí de la mazmorra con paso firme...Pero con el alma temblorosa y sumida en la duda.
No importaba que decisión hubiese tomado. Ambas estaban equivocadas...Y pesarían en mi conciencia.
-Cruel como un señor feudal-susurré para mí mismo cuando pasé frente al despacho de Augusto.


Antes de que la tentación fuese más poderosa que yo, me dirigí al despacho del carcelero para guardar las llaves de la mazmorra.
¿Quién era el que rebuscaba entre todas las llaves como desesperado?
La persona se volvió hacia mí.
Me crucé de brazos.

-Ah, Dios os bendiga, cardenal Kyle-sonreí.

//Out// Dejo aqui mi post estilo sopa deshidratada XD! Es decir, lo pongo en draft y cuando os haga falta la intervencion de mi PJ ya Susy lo publicara ^^ (porque durante la semana quizas no este)...no se si habra que cambiar las fechas o que o_o. Espero que no sea muy largo y demas :3.
Muchas gracias a Su Santidad Susy XD por rolear conmigo, TKM =3!
P.D: Si, quedo largo. Pero hey, al menos me preocupe por postear con antelacion ;_; //Out//