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jueves, marzo 06, 2008










Cuando llegué a mi cuarto asignado me senté en la cama, mientras me mantenía en silencio y suspiraba. Estaba cansada, ya que los días anteriores habían sido agotadores. Pero al fin estaba en el Vaticano, desde donde ponía ayudar a mi mejor amigo y seguir la voluntad de Dios. No podía ser más feliz. Descansé durante unas horas, pero no podía dormir. Por eso, me levanté y tras ponerme uno de mis hábitos salí a los pasillos. Me encontré a un hombre muy simpático, Lucius, el camarlengo de Augusto. Sin duda era un buen hombre, muy atento y agradable. Augusto iba a estar seguro con él. Tras un rato, nos despedimos y continué con mi paseo.
Volví a mi cuarto tras un gran rato. El Vaticano era muy agradable y apacible, me gustaba el lugar. Tras entrar a mi habitación, me dejé caer rendida a la cama sin ni siquiera cambiarme de ropa. De pronto el cansancio se apoderó de mi, por lo que lentamente cerré los ojos hasta que me quedé profundamente dormida.
-Pero no entiendo porqué no me hablas...-protesté. Estaba teniendo un sueño, de cuando era pequeña.
-...-El pequeño Gin estaba cruzado de brazos, ni me miraba.
-¡Giiiiiiiin...!-Le llamé mientras le halaba de la camisa.
-¡No tengo ganas de que te eches a llorar!-Gruñó.

Siempre, desde pequeños, él temía hablar conmigo. Según Augusto, creía que si me hablaba, por su forma de ser, acabaría asustándome y haciéndome llorar. Se equivocaba pero nunca me escuchaba. Me hubiera gustado ver a Gin nada más llegar, pero al parecer estaba en una misión. Seguramente se habría convertido en un gran inquisidor.

Durante toda aquella noche estuve recordando muchas cosas... Hasta que finalmente me desperté, ya que la luz del sol entraba por uno de los ventanales y me cubría gran parte del rostro. Finalmente me acabé levantando y tras asearme y cambiarme de ropa, comencé mi primer día de trabajo en el vaticano.
Conseguí mucha comida, ropas y otros útiles y comencé a repartirlos en el pueblo, en nombre de su Santidad. Al principio los campesinos no se atrevían a acercase a mi, por alguna razón, tenían miedo. Sin embargo, tras haberlos invitado varias veces e intentarles dar conversación, acabaron acercándose. Tuve largas y agradables charlas con la gente de aquel lugar. Eran personas maravillosas que, a pesar de vivir en la más absoluta pobreza, deseaban ver el lado positivo de la vida y pensar que pronto todo se mejoraría.
Al anochecer ya lo había repartido todo y, mientras recogía algunas de mis cosas, continuaba hablando. Esta vez con un niñito de doce años que, a pesar de su edad, hablaba como un verdadero adulto.
No me había dado cuenta, pero un hombre de unos cuarenta y muchos años se nos acercó. El niño se mantuvo en silencio al verlo, por un momento vi pavor en sus ojos. Me acerqué, observando al hombre, tenía una extraña sonrisa en su rostro.
-Lo siento, pero ya no me queda nada.-Le dije antes de que comenzase a hablar.
-... no se preocupe.-Respondió, aún con la sonrisa.- Sólo quiero llevarme al niño.
-¿Al niño?-Pregunté, luego miré al chico que comenzaba a retroceder con miedo. Conocía a aquel hombre y por su rostro, no le era agradable.
-¿Quién se supone que es usted?-Dije con tranquilidad, aún con una sonrisa y colocándome entre ambos.
-Quítate de en medio, cría.-Espetó.

Hizo el intento de avanzar, pero no me moví. Miré al niño, de reojo, y con un gesto le indiqué que echase a correr. Me obedeció sin esperar mucho, en ese momento el hombre intentó avanzar pero yo continuaba sin moverme.
-¡Fuera!-Me espetó, golpeándome con su puño.

El golpe impactó en mi con tanta fuerza que creí que me iba a partir o, al menos, me iba a apartar del camino. Increíblemente continué allí, aguantando. Aquel hombre parecía tener intenciones de querer hacerle daño a aquel niño... no podía dejar que lo hiciese.
Levanté la cabeza, para mirarlo, pero en ese momento me asestó otro golpe y esta vez si que acabé en el suelo, contra una pared. Miré hacia allí, débilmente, el niño ya se había ido y aunque el hombre avanzó unos metros, luego se detuvo, confuso. Sin embargo, no tardó en girarse bruscamente hacia mi. Clavó sus pequeños ojos en los míos y sonrió satíricamente.
Intenté levantarme, pero antes de poder hacerlo se acercó a mi y me pateó. El dolor se apoderó de todo mi cuerpo, por lo que cerré los ojos con fuerza. Pero no grité en ningún momento. Se ensañó conmigo, no se muy bien por cuanto rato ya que mis intentos de defenderse y/o ponerme en pie fueron inútiles y acabé perdiendo el conocimiento.

Desperté boca abajo, notaba mis ropas húmedas y el suelo poseía un cierto tono rojizo que por un momento me alarmó, pero al darme cuenta de que podía levantarme el desconcierto desapareció. Estaba de pie, las piernas parecían estar a punto de ceder en cualquier momento, aún así, comencé a caminar hacia el Vaticano mientras mi pelo me cubría la cara. Estaba completamente dolorida, pero lo había hecho para que aquel niño estuviese bien. Sólo espero que consiguiera escapar...

Al llegar a mi cuarto, habiendo intentando esconderme de todos, me limpié las heridas, me las vendé y luego me recosté ligeramente en mi cama. Aún dolía. Pero... estaba feliz por haber podido ayudar a alguien. Dios, no permitas que le haga daño...

Finalmente decidí visitar a su Santidad para informarle que mis labores de entrega de víveres, ropas y demás. Sin embargo, no pensaba informarle sobre el altercado. Fue un mal menor que no debía ser informado, no era necesario. Caminaba por los pasillos, con cierta lentitud, intentando evitar más dolores. Aún así, continuaba con mi sonrisa característica. Nunca iba a perderla. Vi entonces en la puerta del despacho de Augusto a Lucius, que levantó la mirada para observarme. Sonreí ampliamente y saludé.
Esta vez el camarlengo no fue tan cordial.
-¡¡Hermana Aldara!!-exclamó-¡¡Estáis herida!!
-¿Oh?-susurré mientras le observaba, luego sonreí quitándole importancia.- No son tan graves.
-¿Os han atacado los herejes? Oh, Dios, debéis ver a un médico y rápido-siguió Lucius, un tanto angustiado.
-No, nada de herejes...-negué con la cabeza.- Y no necesito ningún médico... ¡Estoy bien! Ya me he curado esas heridas...
-Hmm-pareció tranquilizarse-.Y si no ha sido un hereje...¿quién?
-no lo...-Iba a mentir, pero... no solía hacerlo, no podía. Agaché la cabeza tímidamente.- No creo que lo conozcais...
-Enviaré a unos guardias a buscarlo, si me dais una descripción certera-aseguró.
-No es necesario.-negué con la cabeza.- De verdad.
-Insisto, por el bien de todos.
-no recuerdo su cara...-miré hacia otro lado.

El sacerdote suspiró.
-Está bien, hermana Adara...¿no necesitáis nada entonces?
-No, en absoluto.-Respondí, luego le miré sonriente.- ¿Sabeis si se encuentra su Santidad en su despacho?
-Me temo que es muy tarde y no se encuentra disponible-me devolvió la sonrisa.
-Oh vaya... debía explicarle como fue el encargo que me asignó. Pero en fin... fui desconsiderada al venir a esta hora.-Hice una pequeña reverencia.- Gracias por todo.
-Con Dios, hermana...y cuídate esas heridas.
-Vaya usted también con Dios, Camarlego Lucius.-Le miré por un momento, mientras sonreía. Luego comencé a marcharme.

Caminaba por lso pasillos en direccion amis aposentos cuando una alta figura se paró ante mí.
-¿Adara?-preguntó.
-¿Si?-Susurré, mientras me acercaba un poco más, entonces lo reconocí. ¡Era Augusto!- Su Santidad, hola.

Él me miró detenidamente.-Estas herida.-noe r auna pregunta.
-eh.. ah...-miré a mi alrededor, sonriendo nerviosamente.- ¿Si...?
-Adara...-dijo el ceñudo.-Acompáñame.-Dijo comenzando a caminar.
-¿Eh?-Pregunté, mientras comenzaba a andar.- ¿Ha pasado algo...?
-Si, que estas herida y voy a curarte, vamos.
-Pero...-Clavó sus ojos en mi de tal manera, que agaché la cabeza levemente mientras juntaba mis manos.

Caminamos hasta sus aposentos y abrio la puerta.
-Pasa.
-Su Santidad, se supone que nadie puede entrar.-Dije mientras le miraba. No quería meterlo en problemas. Cuando entré para curarle fue por una buena razón, pero no era necesario que me curase.

Él no dijo nada, se mantuvo en la puerta esperando a que entrara.
Agaché la cabeza, no hacía falta que me dijese nada, sólo con su mirada era capaz de saber lo que quería transmitirme. Así pues, entré en silencio. Cuando hubo cerrado la puerta, me giré y le dije:
-Estoy bien.
-Ya claro.-dijo mientras se quitaba el gran (no se ke poner aki) que llevaba puesto dejando ver una simple sotana de color oscuro.
-Lo estoy.-Respondí mientras le miraba fijamente.
-¿Que ha pasado? ¿te han atacado?-preguntó clavando sus ojos en los mios mientras abria un pequeño armario y sacaba unos unguentos para curarme.
-Un mal entendido simplemente.-Respondí, luego sonreí para quitarle importancia a la situación.
-¿Me lo vas a contar?-dijo mientras se colocaba a mi lado y me ayudaba a quitarme la ropa de la zona que tenia herida.
-... no es necesario. Fue sólo un malentendido.-Susurré, luego miré a otro lado.
-Pues no me lo cuentes si no quieres.-dijo muy serio. Sin embargo al miramre esbozó una minúscula sonrisa.

Comenzó a curarme las heridas. Dolía, por lo que cerré los ojos pero no hacía ningún sonido. No podía ocultarle cosas a Augusto, jamás pude ni tampoco me gustaba. No quería que se preocupase, sin embargo...
-Fue un hombre...-dije al poco.
-¿Un hombre? ¿Lo conocías?-preguntó mirándome.
-No... había un niño, conmigo. Ese hombre quería llevarse, pero sus intenciones no me gustaban. Así que hice que el niñito se fuera... pero.. como le impedí llevarselo pues... ...
-Desgraciado.-dijo apretando un puño. Al darse cuenta de su reacción rectificó.-Quiero decir que... mandaré a los inquisidores a averiguar las intenciones de ese sujeto.
-No quiero que le pase nada...
-Una persona así no puede deambular por las calles de Roma a sus anchas, podría hacer daño a alguien más, a ese niño por ejemplo.-dijo mientras seguía curándome.
-es cierto...-fijé mis ojos en Augusto.- Pero... sigue siendo hijo de Dios...
-Esto ya esta Adara.
-Ah, gracias, su santidad. -Hice una pequeña reverencia.
-Ahórrate esas formalidades si no hay gente delante.-dijo algo incómodo.
-Pensé que eso no implicaba en el hecho de que fuésemos amigos.-dijo él mirando hacia otro lado.
-no... no tiene nada que ver. Pero mereces un respeto.-miré hacia otro lado.- Sin embargo... te he extrañado.... mucho...

Augusto me miró algo sorprendido.
-Yo también te echaba de menos. Adara.-dijo con una sonrisa mientras posaba su mano en mi cabeza.

Después de mucho tiempo, tanto que ni lo recordaba, de mis ojos salieron varias lágrimas. ¡Echaba tanto de menos a Augusto...! Pero nunca me quejé, ni una vez. Siempre quise que prosperase, que fuera alguien importante, que sus sueños se hicieran realidad... Sin darme cuenta a penas, me aferré a él levemente mientras lo abrazaba suavemente. Sólo esperaba que fuera el mismo Augusto de siempre.
Él me abrazó levemente y luego se separó y dijo.
-He cambiado mucho, Adara..
-ya... ya veo...-musité, las lágrimas continuaban cayendo y yo trataba hacer que parasen.
-No llores...
-Intento hacer que pare...-agaché la cabeza, mientras me llevaba las manos a los ojos.- pero hace tanto que quería verte... ... disculpa esto...
-No debes disculparte, pero me duele ver llorar a una buena amiga.-volvió abrazarme.-Sólo lamentaré que te lleves uan decepción en cuanto a mi... no soy mas que un.. que un...
-¿Que un...?-Levanté la mirada, mientras yo también le abrazaba.- eres una buena persona...
-Tengo que irme.-Dijo con una sonrisa triste.
-Yo siempre estaré contigo...-mascullé cuando se Separó de mi, yo le tomé levemente del brazo.- ¿De acuerdo? Puedes contar conmigo siempre... yo... siempre te apoyaré...
-Gracias Adara.-dijo antes de marcharse.
-no es... nada...-susurré poco después de que se fuera, no me había dejado responderle.

Regresé a mi cuarto y me recosté. Hacía mucho que no lloraba, desde que era muy pequeña. Supongo que el hecho de volver a ver al mejor amigo que he tenido en mi vida me afectó. Augusto... eres buena persona. No se que está ocurriendo pero... no dudes de ti.

Out: gracias a Lucius y Augusto ^^