
Los pasillos del Vaticano estaban inusualmente solitarios a aquellas horas. Mi hermano, el Papa de Roma, Augusto II, me llamaba. Normalmente durante el camino me habría parado a pensar en “para qué me habrá llamado”. Pero en aquel momento tenía la cabeza en blanco y prefería no centrar mi atención en nada.
Toqué a la gran puerta de su despacho y poco después, entré. Esta vez de una manera más calmada que en la ocasión anterior.
-Hola Gin. -saludó mi hermano, que a juzgar por sus ojeras no debia haber dormido muy bien.
-Hola Augusto.-Respondí serio, mientras me aproximaba. Me detuve frente a su mesa y le miré fijamente.- Deberías descansar, aunque sea un poco, Augusto.
-Tengo tantas cosas en la cabeza que no consigo dormir bien por las noches, pero no te preocupes, estaré bien.
-Por poco tiempo, me temo.-comenté, luego negué levemente.- Aunque supongo que sabes que debes cuidar tu salud.
-¿Que te ocurre? Te noto... diferente.
Me mantuve en silencio mientras mi mirada continuaba inexpresiva y clavada en él, sin embargo luego me encogí de hombros y mis ojos recorrieron todo el cuarto, de una sola pasada.
-Sigo siendo el mismo.-respondí. Luego volví a mirarle.- Me habías mandado a llamar, ¿verdad?
-Si, es sobre el...-mi hermano agachó al cabeza.-funeral de Kyle.
Me mantuve firme, aunque aparentemente estaba tranquilo y sosegado... Por dentro no lo estaba. Sentía furia, ira, pena, una ligera agonía... Que parecía no poder ser reflejada por mi cuerpo.
-Ya veo.-respondí.- Me comprometí a colaborar, pienso mantener mi palabra.
-Está todo preparado, yo mismo me he encargado de todo y seré quien oficie el entierro.-Augusto clavó sus ojos en mí.-Pero quiero que te encargues de anunciarlo, ya sabes para que asistan los cardenales que quieran.
-De acuerdo, aunque me hubiera gustado ayudar un poco más.-continué con el mismo gesto.- ¿Cuando se llevará a cabo?
-Esta tarde, a las siete.
-Ahí estaré.-me giré suavemente hacia la puerta, quedando de perfil para mi hermano.- Ahora debo... ir a la ejecución planeada para hoy.
-Ve con Dios, hermano.-murmuró Augusto.
-Tú también, Su Santidad.-Dije, con tono normal mientras salía de aquella habitación.
Anduve hacia las mazmorras. Aunque en general no era yo quien debía ir a buscarla, sino los guardias, finalmente lo haría. Iría a por ella. Llevé mis manos hacia un papel, una nota, que alguien había pasado por debajo de mi puerta. La ví tarde, justo cuando salía a mi encuentro con mi hermano.
“Querido Gin:
Seguramente después de lo que te dije el otro día no querrás saber nada de mí, pero ahora que estoy muerta.. quiero que sepas que fui sincera contigo en todo momento… Bueno, menos en nuestra última conversación.
Sólo quiero que sepas, que si te dije que no me importabas fue únicamente porque no quería que arriesgaras tu vida para volver a salvarme, después de todo, no es justo que traiciones a tu hermano por una simple hereje como yo.
Te amo, te amé desde nuestra primera conversación, en la celda en la que ahora vuelvo a estar. Sólo quería que lo supieras, espero que todo el rencor que tengas ahora, no sea suficiente como para odiarme toda la vida, pues si de verdad dios existe te estaré esperando en el cielo, para seguir amándote por toda la eternidad.
Siempre tuya,
Rosalyn”
Posiblemente su mensajero pensó que si me la entraba antes de encender la hoguera, la salvaría. GRAN ERROR. Sin duda. No me creía sus palabras. Ni una sola. Nunca me amó y el motivo de esta carta… era... hacer que la salvase, ya que tras informar de que el hecho de que "me utilizase fuese mentira", yo realmente hubiera evitado que muriese. Pero no le creo.
…
Arrugué la nota y la introduje en uno de mis bolsillos. Todo era falso. Todo era una ilusión. No se trataba ni de brujas, ni de magia ni hechizos. Simplemente me utilizó para sobrevivir. Pero ya no tengo fé en sus palabras.
Cuando los guardias que custodiaban la celda me vieron, me saludaron respetuosamente y gritaron a Rosalyn, para que se levantase. Me quedé justo delante de su celda y la abrí, continué clavando mis ojos en ella.
Ella estaba tiranda en el suelo, con el pelo manchado de sangre y algunos moratones que se veian en sus hombros a través de sus tropas rasgadas, al oírles gritar empezó a incorporarse muy despacio. Giré levemente la cabeza hacia los guardias, mientras ella se ponía en pie.
-¿Podría saber por qué la hereje a la que voy a quemar parece moribunda?-Espeté, seriamente.
Los guardias se miraron y rieron por lo bajo.
-¿Y qué más da?-dijo uno de ellos.
-He hecho una pregunta.-aclaré.- Y no sé si me conoces o no, realmente me importa... bien poco. Pero quiero saber qué ha pasado. Ahora.
-Solo jugamos un poco con ella cardenal Gin, para que no se aburriera mientras esperaba a que se la llevaran a la hoguera.-Aclaró el otro guardia.
-¿De qué manera?-pregunté, una leve sonrisa apareció en mi rostro. Sólo para que se confiaran.
-Ya sabe señor...-comenzó el primero de los que habia hablado.-La golpeamos y la... hicimos subir al cielo digamos.-dijo con una sonrisa triunfal.
-Sí, ya que va a ir al infierno, quisimos que supiera lo que era subir al septimo cielo d elas manos de un hombre.-Añadió el otro orgulloso.
-hm...-susurré, luego reí mientras me acercaba a ellos.- Al parecer os tomáis la justicia por vuestra mano en esta zona...
-Por favor cardenal-oí a mi espalda la voz de Rosalyn.-Lléveme ya, acabemos con esto cuanto antes.
-¡Silencio, hereje!-Exclamé, mirándola de reojo cruelmente. Luego mis ojos regresaron a ellos.- Debería indicaros una cosa... "para la próxima vez". Nadie.... NADIE, juega con aquellos a los que yo he de ejecutar. SÓLO YO. Por lo que... creo que debería castigaros...
-¡No por favor! ¿No sabíamos que la ibais a ejecutar vos!-dijeron los guardias al unísono.
-Los condenados a la hoguera no necesitan una pena adjunta aparte de la que Su Santidad les concede.-Comenté, llevando mi mano a la espada.- Y gente como vosotros sólo sois basura. Herejes a los que también habría que castigar.
-Basta.-me paró la hereje colocando su mano en mi brazo y sujetándome.-Con un reo por hoy hay suficiente.
-¡Te he dicho que no metas!-Le grité, haciendo un gesto y me soltó.- ¡Esto no está en tus manos, que les mate o no! ¡Ellos han sido los que se han pasado de listos!
Les miré de reojo y retrocedieron, temerosos. Sin embargo, justo cuando fui a dar el primer paso hacia ellos... Me di cuenta de que íbamos a llegar tarde. Me detuve, la tomé por el brazo y comencé a caminar, alejándome de ellos.
-Luego "hablamos".-Les indiqué a ellos.
Rosalyn se dejó arrastrar por mi en silencio y con la cabeza gacha y sus mechones de pelo cubriéndola.
-No se van a librar.-dije.
-No deberías pagar tu rabia con ellos.-musitó ella.
-No pago mi rabia. No tienen derecho para hacerle daño a un hereje si no ha sido autorizado por el Papa.-comenté, tranquilamente.- Además, ¿no ves que estoy muy tranquilo?
-Salta a la vista.-ironizó.
Suspiré y comencé a caminar más deprisa, arrastrándola aún con más brusquedad. La plaza estaba llena, nos esperaban. La llevé, evitando que algunos la golpeasen o le tiraran cualquier cosa (lo que era bastante usual). La até al poste y la miré de reojo.
-Muy tranquilo.-aclaré.
-Adiós, cardenal Flowright.-dijo ella mirándome con los ojos llenos de lágrimas.-Y gracias.
-No digas tonterías.-Espeté, encendiendo la hoguera. Entonces lancé su nota y entrecerré los ojos, mientras retrocedía y la observaba.
Ella sonrió y se quedo allí, con las lágrimas recorriéndole las mejillas, mientras el fuego cada vez se hacia más intenso. Mi cuerpo estaba tranquilo y relajado, pero por dentro no sabía muy bien lo que sentía.
Out: thanks Rosalyn
Johann empezó su búsqueda a las 7:17 p. m.